- Fragmentos del reportaje publicado por Ernesto Chávez en Cróniva Viva
Han pasado 35 años de la explosión del vandalismo que detonó en las calles limeñas tras la huelga policial que agudizó la división del régimen militar y hasta ahora circulan leyendas urbanas sobre lo sucedido, en medio de luces y sombras que alimentan más dudas que verdades, pese al tiempo transcurrido.
Aparentemente la huelga policial empezó a incubarse por la cachetada propinada por el jefe de la Casa Militar a un guardia civil, pero desde meses atrás la violencia se incubaba alimentada por las intrigas de algunos generales ansiosos de una mayor cuota de poder.
Son las 12:40 de la tarde del 5 de febrero de 1975. Mientras las llamas devoran el edificio de Correo y Ojo, periodistas y trabajadores de estos diarios tratan de salvar lo que pueden. Pocos minutos después no quedaron más que escombros de todo el local. (Foto: Correo y Ojo, edición del 6 de febrero de 1975 editada extraordinariamente en La Prensa e impresa en La Crónica / Archivo Terán).
Esta crónica intenta esbozar el escenario de la época y el papel que le tocó vivir a los periodistas, en medio del fuego cruzado y salir a las calles para defender sus centros de trabajo de los vándalos.
Nuestro informe se ubica en la actitud gremial de los periodistas que no se arredraron ante el infierno que parecía haberse desatado en Lima mientras los policías huelguistas se encontraban atrincherados dejando la ciudad desprotegida.
Luces y sombras en un régimen militar con corrientes subterráneas encontradas, extremistas de la ultra ixquierda y ultraderecha al acecho de oportunidades para desatar el caos y llevar agua a sus molinos, a costa de la seguridad ciudadana.
Incendian el Centro Cívico sin inaugurar
En 1975 el horizonte político se avizoraban nubarrones de tormenta en el agitado campo sindical. La onda desestabilizadora encontró caldo de cultivo en los bajos sueldos de los policías.
El régimen optó por el silencio, en suicida política del avestruz.
A las 2 de la madrugada del 5 de febrero de 1975 los policías huelguistas apagaron todas las luces del cuartel de Radiopatrulla, ante el avance de los blindados e improvisaron una barricada en la puerta principal con los autos patrulleros.
Desconcierto y gritos de bravata entre los amotinados. Los más radicales sabían que de nada servirían las balas ni botellas de gasolina contra los blindados, pero exigían no retroceder.
Las antiguas puertas de madera no garantizaban una resistencia mínima.
En la esquina del jirón Andahuaylas y la avenida Grau se encontraban parapetados los periodistas de La Crónica con su director, Guillermo Thorndike. Una primicia que no se podía publicar, renegaba Pedro Parra.
El Chino Domínguez y Ángeles tomaban fotos desde todos los ángulos. Aguardaban J.L. Díaz, Mirko Lauer , Rodney Espinel , Alejandro Sakuda y Abelardo Oquendo.
Mirko Lauer, al hacer una analogía con el caso de Bagua, señala textualmente:
"El 5 de febrero de 1975 nació una leyenda urbana según la cual el Ejército había asesinado a cien, y hasta cientos de policías. Nunca apareció un solo cadáver policial ni un solo deudo, pero la versión (en ese tiempo el Apra estaba del otro lado del mostrador) siguió dando vueltas, probablemente hasta hoy, sin la menor preocupación por los hechos. Hasta hoy no ha aparecido el investigador de ese tema".
El enfrentamiento en Radiopatrulla solo era el preludio de la pesadilla porque los rumores de centenares de policías muertos conmocionó a la ciudadanía ante el silencio oficial. A las 8 de la mañana la rabia crecía como un fantasma.
Los primeros saqueos se registraron en La Parada.
La ciudad desprotegida era vulnerable a los revoltosos que empezaron a apedrear tiendas y automóviles. Versiones periodísticas señalaron la presencia de francotiradores que disparaban desde el techo.
Lima era una tierra de nadie y estalló la pesadilla.
Lima Asolada. Incendios junto a la Plaza San Martín.
Tras incendiar edificios públicos, los vándalos saquearon tiendas y enrumbaron hacia los periódicos, con bombas molotov para incendiarlos.
Al amanecer del 5 de febrero de 1975, las miles de personas que se dirigían a sus centros de trabajo, se dieron con la sorpresa de que no había un policía en toda la ciudad, mientras circulaban los rumores de “una matanza en Radiopatrulla”.
La ausencia de policías de tránsito confirmó la huelga en la Guardia Civil y el cuartel de Radiopatrulla, con las puertas derribadas por los tanques, alimentó los rumores de la supuesta “matanza” que azuzadores de todo pelaje esparcían con una capital que se convertía en una “tierra de nadie”.
El diario La Crónica había preparado una edición especial que se prohibió para “evitar que contribuyese a los desordenes públicos”.
Las portadas de los diarios no mencionaban una línea de los sucesos. Noticiarios de la radio y televisión callaban mientras las “boladas” se propagaban como reguero de pólvora, para beneplácito de los agitadores radicales de derecha e izquierda.
A las 8 de la mañana empezó a incendiarse la pradera en las tres veces coronada Ciudad de los Reyes, con saqueos en La Parada mientras en la desguarnecida Lima céntrica la violencia sorda crecía, como uno de los Jinetes del Apocalipsis.
A las 8.30 de la mañana, en el centro de Lima la mayoría de las tiendas comerciales, restaurantes y oficinas públicas habían abierto sus puertas. Los primeros agitadores improvisaban “mítines” en la Plaza San Martín, para “denunciar la matanza de policías” y después abiertamente exigir la “sublevación popular”.
Los primeros ataques fueron en los mercados pero, al ver que la ciudad estaba desprotegida, encabezaron el ataque al supermercado del jirón Washington que, en esos momentos, había cerrado las puertas metálicas.
No había policía ni nadie que auxiliara a los aterrados empleados. Las cajeras que pretendieron guardar el dinero terminaron con los trajes en jirones, escapando a carrera de los depredadores.
La turba arrasó con todo lo que encontraba a su paso. Con rugido salvajes los vándalos salieron llevando en alto lo robado. No perdonaron ni el papel higiénico.
Alerta en los diarios
En el segundo piso del diario Expreso se convocó a una asamblea de emergencia ante el avance de los vándalos. Francisco Landa y Francisco Moncloa organizaron la resistencia y se pidió a las mujeres retirarse. Ninguna hizo caso de la orden y se quedaron para la pelea.
Las noticias eran canalizadas a través de Enrique Paredes, en ese entonces ni se soñaba con los teléfonos celulares, quien se desplazaba en motocicleta hasta donde se encontraba turba, infiltrándose entre los azuzadores para conocer sus planes.
La única alternativa era la resistencia en la calle. El punto neurálgico estaba en la esquina de los jirones Ica y Chancay, donde se colocaron bobinas de papel como barricada.
Carlos Ramos ordenó cortar lingotes de plomo, en forma triangular, como proyectiles para ser lanzados con hondas, así como preparar botellas del ácido nítrico utilizando en Fotograbados.
Solo quedaba esperar.
Incendio y muerte
En las inmediaciones del jirón Andahuaylas, donde estaba ubicado el diario La Crónica, las turbas recorrían las calles saqueando lo que encontraban a su paso. Francotiradores misteriosos disparaban desde las azoteas.
Los primeros muertos fueron los vendedores ambulantes Honorata Poma Mamani, Pedro Pablo Alarcón y Elsa Purisaca Purisaca.
Seis automóviles ardían en la avenida 28 de julio con una densa humareda. El saqueo se había desatado en la capital. Ciudadanos pacíficos hasta ese momento, se contagiaron de la sicosis colectiva y terminaron robando refrigeradoras, fardos de tela, licuadoras, todo lo que encontraban en los destrozados escaparates.
La turba enrumbó a La Crónica pero encontró a Thorndike y la plana mayor provistos con dos fusiles ametralladora. Mirko Lauer y Pedro Parra portaban revólveres, Carlos “Chino” Domínguez , dirigía al grupo de choque con un garrote.
Las balas hicieron retroceder a los vándalos. Avanzaban las horas y no llegaba ayuda a los sitiados.
Queman Correo
La turba avanzó hacia las instalaciones del diario Correo, en esa época ubicadas en la avenida Wilson. Los sucesos tomaron desprevenidos a una treintena de empleados y periodistas. No estaban los directores y el gerente Barbis era el único de la plana mayor.
Los depredadores se detuvieron ante un solitario efectivo militar, con casco y uniforme de combate, quien disparó al aire ráfagas de metralleta mientras se movía en círculo…hasta que se le agotó las municiones y se vio obligado reabastecer su arma.
Los vándalos atacaron al soldado para arrebatarle el arma mientras la turba avanzaba rugiendo. Una ráfaga de metralleta disparada por un segundo soldado frenó la embestida.
Dos soldados habían detenido la turba hasta ese momento pero, al no recibir refuerzos, se retiraron al quedar sin municiones.
Desde el balcón de Correo, el gerente Barbis gritó emocionado a una fila de diez tanquetas que se desplazaba por la avenida Wilson. Pidió ayuda en vano. Los blindados prosiguieron su marcha hacia el sur.
Con un automóvil incendiado, la multitud avanzó hacia Correo. En pocos minutos el edificio ardía en llamas.
A continuación reproducimos párrafos de la crónica “La rebelión olvidada” de Luis Eduardo Podestá, ex presidente de la Federación de Periodistas del Perú, en ese entonces periodista de Correo.
Cuando llegué al mismo centro de Lima, al crucero de las avenidas Tacna y La Colmena, había una descomunal congestión vehicular, a tal extremo que preferí bajar del ómnibus y dirigirme a pie las cuatro cuadras que me faltaban.
Óscar Cuya Ramos, el jefe de informaciones, me vio llegar y casi dio un grito de emoción:
–¿Vas a trabajar?
–Claro, para eso estoy aquí.
Tomó el teléfono, llamó a fotografía y ordenó que un fotógrafo me esperara en la camioneta, que ya estaba lista para salir. Con el mismo tono emocionado, corre, hermano, hay un tiroteo en Radiopatrulla.
...Y al llegar (al diario Correo) mi sorpresa no tuvo límites. Por la puerta de salida de vehículos los trabajadores sacaban muebles, archivadores metálicos, escritorios, todo lo que podían salvar. Me acerqué más y me introduje en un caos espectacular. En medio del patio de cemento estaban amontonados los muebles que podían salvarse. Una sección del local, construida de material prefabricado, donde había algunas oficinas y el comedor, ardía como una antorcha alimentada con gasolina.
...allí dejamos el archivador metálico que habíamos salvado. El edificio entero, desaparecida bajo cenizas la sección prefabricada, ardía en ese mediodía trágico, cuyas columnas de humo se sumaban a otras que en varios sitios de la ciudad… anunciaban que la cólera popular se había ensañado con edificios estatales y a veces con lo que no debía – por ejemplo, el edificio del ministerio de Educación, de cuyo vestíbulo desapareció una de las famosas pinturas de Teodoro Núñez Ureta.
¡A quemar Expreso!
En la sexta cuadra del jirón Ica se habían ultimado los preparativos para la defensa, cuando llegó Enrique Paredes con el último reporte. Los vándalos se habían reagrupado para marchar con una siniestra consigna: ¡A quemar Expreso!.
Correo se encontraba en un espacio abierto, lo que facilitó el desplazamiento de la turba que, además, sorprendió a los trabajadores al iniciar en esa zona, a escasos metros del Centro Cívico, el cobarde ataque.
Aparte de que hubo tiempo para organizar la defensa, Expreso se encontraba ubicado en la sexta cuadra del angosto jirón Ica. El único espacio abierto era la plazuela de San Sebastián.
Las llamadas al comando militar eran infructuosas. La respuesta se repetía “No se preocupen, ya los vamos a ayudar”, mientras avanzaba la turba.
Alucinados por el terror que sembraban a su paso, la turba rugiente ingresó por la esquina del jirón Ica con la avenida Tacna. Los revoltosos se detuvieron consternados ante la barricada donde periodistas y empleados respondieron a sus amenazas con lo más floreado de la jerga.
Seguros de que nada los detendría los vándalos llevaban palos, bombas molotov y algunas piedras. La primera granizada de los defensores los hizo retroceder.
Una pedrada de los defensores encontraba blanco seguro en la compacta masa de vándalos. Los periodistas se parapetaban en la barricada, la raleada columna podía evitar la mayoría de los proyectiles.
-No huyan cobardes c… que recién empieza la fiesta- les gritó Guillermo Sheen Lazo.
A los pocos minutos llegaban más vándalos con la consigna ¡A quemar Expreso! y se desató una nueva batalla con inusitada violencia.
El autor de la nota se encontraba en esa zona al lado de Reynaldo Muñoz, Edilberto Alvarado “Mascafierro”, Pedro Franco, entre otros compañeros.
En el jirón Chancay, la puerta de acceso a los talleres, otro contingente resistía otra andanada vandálica, donde fue masacrado a golpes el dirigente Antonio Láynez. Sin dudarlo, Anlay se enfrentó a la turba y fue rescatado providencialmente. El francés Pierre de Zutter no daba ni pedía cuartel.
César Augusto Dávila, recordando su época de boxeador, repartía golpes. Melita Guerrero y Esther Basurco colaboraban en la defensa interna y la atención de los heridos.
Cerca de las tres de la tarde se ordenó el primer repliegue. Los grupos de contención arrojaron todos sus proyectiles, incluyendo las botellas de ácido nítrico que estallaban quemando el asfalto.
Al ingresar al diario los defensores, la turba avanzó creyendo una fácil victoria, tratando de derribar la puerta metálica hasta que una verdadera catarata de piedras, fierros retorcidos y ácido cayó sobre sus cabezas.
Retrocedieron los vándalos pero se apostaron en las inmediaciones hasta que al caer la tarde llegó una tanqueta militar para ayudarnos. Se improvisó una tabla para auxiliar al reportero gráfico, Otto Díaz, herido en la cabeza y el ojo derecho que estuvo a punto de perderlo.
Al caer la noche, las noticias confirmaban la dimensión de la tragedia. Saqueos, destrucción y muertos en las calles.
Jaime Uribe Rocha, periodista que vivió el horror en el diario Correo, ha escrito:
"…En la Av. Wilson (hoy Garcilaso de la Vega) los pocos trabajadores de Epensa que se encontraban en ese momento, con arrojo nos enfrentamos a los policías vestidos de civil, a las turbas que atacaron a los dos soldados que resguardaban las instalaciones del diario Correo y permitir que los agitadores empujen las carretillas con gasolina en galones o bidones: para llegar a su "blanco" designado (este combustible sirvió para incendiar el moderno local del Centro Cívico, a media cuadra del diario Correo, que nunca llegó a funcionar y fue quemado antes de su inauguración).
Con el colega Ricardo Muller y pistola en mano, disparamos varios tiros por la ventana de la sala de redacción, para dispersar a los revoltosos que comenzaron atacar e incendiar el diario (estoy seguro que en talleres hubo algún infiltrado de "m…" que se aprovechó de la situación para prender fuego y joder las máquinas, si no es así pregunto: ¿Cómo ardieron los talleres si ningún extraño había ingresado? ¿Quién "carajo" cortó el circuito del patito o monta carga, inutilizándolo para el rescate de las bobinas.
- Lee la crónica completa de Ernesto Chávez en: Crónica Viva
- Fotos: Arkiv Perú, Caracol 3000
2 comentarios:
UN SALUDO A LOS PERIODISTAS DEL PERU Y EL MUNDO QUE LUCHAN POR DECIR LA VERDAD Y ASI MEJORAR EL MUNDO Y FRENAR A LOS CORRUPTOS QUE DETIENEN EL DESARROLLO DE LOS QUE MENOS TIENEN.
Excelente reportaje,debemos aprender de la historia y esclarecer el misterio delos cientos de policias muertos?? nadie denuncio una muerte.
Nunca se esclarecio la verdad de esas muertes como ,si fue, con lo de la Cantuta y Uchuracay, porque no?con los policias muertos en el 5 de febrero de 1975??
Una amiga de la Universidad que vive hasta ahora frente a Radio Patrulla me conto que los cadveres los tiraban en un camion portatropa, para llevarselos a donde???
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