Son muchos los sinuosos recursos de que se vale el negocio publicitario para continuar la contaminación visual de Lima
- Página editorial del diario La República, lunes 9 de junio de 2014
Manuel Scorza narraba en “Redoble por Rancas” la historia de ciertas vallas que, colocadas por la Cerro de Pasco Corporation, rodeaban en un abrir y cerrar de ojos las tierras comunales y las convertían en propiedad de la minera. El recurso del novelista, propio del realismo mágico, parece reiterarse –sin magia alguna– ante los limeños debido a la pavorosa contaminación del ornato público que producen los paneles publicitarios colocados en cualquier “punto visual” de la ciudad.
Un ejemplo basta para demostrarlo. Cada verano la comuna metropolitana emprende una batalla contra estos paneles, que obstruyen la visión y distraen a los choferes en la carretera, pero al año siguiente, con similar desprecio por la ley, vuelven a ser colocados. Y ello pese a que la alcaldesa Susana Villarán, firme en su postura de hacer respetar el principio de autoridad, los derechos de los vecinos y el ornato, procede a retirarlos.
Cuando la publicidad en forma de gigantescos caballetes fue objetada por riesgosa y antiestética, las empresas del sector anunciaron que se concentrarían en los llamados paneles o vallas murales, que hoy brotan como hongos en miles de puntos de la ciudad, ocultando las fachadas. Y así la carencia de una reglamentación que se haga cumplir ha culminado en el mismo abuso (“vallas donde vayas”, es su inexorable lema), pues los paneles asfixian cualquier perspectiva visual y por añadidura ninguna de las torres malsanas ha sido retirada.
El problema de fondo es que cualquier iniciativa vigorosa que se toma a favor del ornato y la descontaminación visual depende de la buena o mala voluntad de los 43 alcaldes distritales y del Poder Judicial. Los primeros otorgan las licencias para la ubicación de paneles; el segundo concede las acciones de amparo que dejan los paneles en el mismo lugar. Y no hay que olvidar que se trata de un negocio concentrado en dos empresas que mueven US$ 53 millones al año.
Hace unos años, cuando el ex alcalde Antonio Meier se atrevió a ir contra la corriente y proclamó a San Isidro como primer distrito limeño libre de contaminación visual, de inmediato recibió una demanda por US$ 20 millones. Dicha demanda ha sido derrotada en todas las instancias, pero cumplió su objetivo de amedrentar a burgomaestres o motivarlos a pactar para dejar las cosas tal cual. Y no se trata solo de alcaldes o jueces, ahora sabemos que también alcanza otras instancias.
Actualmente la capital suma dos amenazas al ornato: la habitual, procedente del duopolio publicitario, y la que deriva de la próxima campaña electoral, que justificaría la firma de un pacto para no ensuciar más Lima. Pero también sería bueno que los vecinos de las comunas con alcaldes reeleccionistas les pregunten cuántos paneles publicitarios han retirado o piensan retirar, e hicieran lo mismo con los candidatos, pues Lima no merece ese aspecto de mercado persa que ofrecen sus casas, calles y avenidas, tomadas por el mal gusto y la arbitrariedad.
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