- Claro y directo, columna de opinión de Augusto Álvarez-Rodrich en La República, miércoles 4 de junio de 2014

Al final del tercer año, la desaprobación a Humala es de 72% y la mitad de los peruanos piensa que carece del liderazgo para conducir el país.
“Hay gente que entiende que el liderazgo es salir todos los días en la televisión, hacer aspavientos y pronunciarse hasta por un tema doméstico. Lo que he aprendido en mi formación profesional es que el liderazgo se mide en acciones, en cómo conduces un país más que en cómo sales en la televisión”, respondió.
A pesar de usar un recurso bastante empleado en el pasado –hechos y no palabras–, su respuesta dejó insatisfechos a muchos.
Primero, por la forma, es decir, por el modo de enunciar sus ideas. Este asunto, sin embargo, no debiera ser el más relevante. Quienes crean que hablar bonito es el rasgo principal de un líder, pues ya saben a quién deben volver a recurrir.
El problema radicaría, entonces, en el fondo, es decir, en las políticas públicas y en las decisiones –e indecisiones– del gobierno de Humala.
Y es ahí donde aparecen los vacíos que muchos ‘perciben’ en áreas que consideran fundamentales como la seguridad, los cuellos de botella para las inversiones frente a la desaceleración económica, o la lucha contra la corrupción.
“Desubicado”, “sin energía”, “fuera de órbita” son solo algunos de los comentarios sobre el presidente Humala lanzados por integrantes de la oposición al gobierno.
La falta de liderazgo del presidente radica en el deterioro de la confianza que proyecta respecto de la capacidad de respuesta frente a problemas como el creciente de la seguridad, o en la distancia y carencia de posición ante asuntos en los que –como la unión civil– se espera que, a favor o en contra, el primer mandatario ofrezca al país un punto de vista que oriente a la gente o con el que hasta se pueda discrepar.
Pero si eso ocurre en el gobierno, en la oposición el panorama es igualmente lamentable, pues con espectáculos penosos como el que se está viendo en estos días en la agonizante comisión de ética del Congreso –que solo es la cereza de una torta podrida–, simplemente se contribuye a mellar el escaso prestigio de los liderazgos alternativos y eventuales relevos en el futuro.
Prueba de ello es que tanto la aprobación al gobierno como a la oposición andan por las patas de los caballos. Aquí no hay en quién creer.
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